El tiempo pasa rápido. Fue hace tres años cuando recibimos en casa la noticia de que iban a cambiar el uniforme del cole de los niños. Yo pensé en la chaqueta azul marino colegio de toda la vida pero una vez más no llegó. Ha cambiado todo pero más o menos sigue igual. Vaya por delante mi gran predicamento para con los uniformes de colegio. Evita tener que pensar sobre qué ponerles y evita, claro, esas discusiones que, a medida que crecen, se hacen inevitables. Que qué me pongo, que lo que me compras no me gusta, que mira cómo van todos y yo qué hortera… Discusiones todas que se aplazan, tal vez se concentren y que exageren, los fines de semana.
No sé si os pasa, pero de verdad que no entiendo lo del calzado. Quieren ir a todas partes con unas zapatillas horribles y, claro, si fuera por ellos irían con chanclas. Y eso que nosotros solo tenemos niños, porque según os escucho con las chicas es como poco igual o peor. Pero a lo que vamos que me pongo tan nerviosa que me salgo del tema…
Como digo, nos dieron tres años para cambiar al nuevo modelo y, poco a poco, fueron apareciendo las madres más adelantadas o aquellas cuyos hijos crecen antes, y compraron unos pantalones grises muy parecidos, un jersey de pico rojo también similar, y unos polos blancos con el escudo del colegio. Nada que merezca mucha mención, pero lo cierto es que este era el último año para la transición y ya van todos con su nuevo atuendo. Que igual lo pierden claro, porque gastarte una pasta en un chándal y marcarlo más que bien en letras que las lee hasta mi abuela y que al llegar la casa, el primer día, insisto, la haya perdido, es como para mandarlos al colegio a que la encuentren o la pinten.
Pero lo que quería contaos no tiene tanto que ver con lo que ha cambiado el uniforme de los niños, sino con lo que queda, con lo que siempre queda. Hay una cosa que permanece y que ya estaba en mi uniforme cuando yo también fui niña, allá por el pleistoceno, y cuando yo también protestaba por la ropa que me ponía mi madre los fines de semana. ¿Adivinas qué? Pues si te digo que me he acordado de todo esto al pasar por una tienda Cóndor, seguro que la pista está más clara. ¡Siiii! Los calcetines son los mismos, en este caso de un color rojo que solo hace Cóndor. Son suaves, calentitos, no se comen en el tobillo y solo los que son muy viejos tienen tomates. Hoy he visto en el cole de los niños los mismos calcetines de toda la vida y me he puesto nostálgica. Que algo quede y no todo cambie me regresa a esos lugares que nos hacían tan felices. Yo desde luego lo fui y ojalá sea capaz de enseñar a mis hijos a serlo. Seguro que tú también lo consigues.
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Los uniformes, a veces odiados… pero que quitan quebraderos de cabeza a más de un padre/madre.